Hasta Siempre...


Mis padres se conocieron en el edificio del Hotel Continental. Mi madre fue a acompañar a una amiga porque mi papá le iba a ayudar a conseguir un trabajo. El resultado de esa reunión fue que el trabajo finalmente se lo dieron a mi mamá; de ahí en adelante, se comenzó a escribir una historia con tres hijos a bordo y múltiples rupturas. La separación definitiva se dio en 1995. Aún así, hoy un día de octubre de 2013, mis padres están viajando juntos, haciéndole la visita a mi hermano mayor que vive en Australia. Detalle importante de este fugaz resumen: Aún hoy, en el año 2013, tras múltiples rupturas y con una separación definitiva en 1995, mi mamá está pendiente de que mi papá se tome los medicamentos para controlar una diabetes adquirida por malos hábitos alimenticios entre otros “achaques” propios de un hombre de 76 años. De igual forma, lo regaña si tiene la ropa sucia, si la corbata no combina con el vestido elegido o si los zapatos lucen ya demasiado desgastados.

No conozco a Marcela y a Adriana hace tanto tiempo como conozco a mis papás. Pero las acompañé a recoger el vestido que iban a usar el día de su matrimonio y que habían mandado a hacer juntas. Estuve con ambas en la peluquería y compartí con ellas mis gotas de valeriana para calmar la ansiedad que les venía causando la incertidumbre de saber si ese día iban a poder casarse o no. A diferencia de la mayoría de las parejas que toman la decisión de unirse en matrimonio y que por lo general tienen fecha y hora fijas para el mismo, ellas estaban atentas a la actuación de una persona que no conocen, que no las conoce, que no sabe qué color prefiere cada una o si alguna de las dos sufre de algún tipo de alergia; estaban atentas porque esa persona que no ha visto cómo una le prepara agua de panela con limón a la otra cuando tiene gripa, podía en cualquier momento aparecer para impedir su matrimonio.

No conozco a Marcela y a Adriana hace tanto tiempo; pero sé que sacan juntas a pasear a Malena, su mascota, todos los días; que han acompañado el crecimiento de un chico bacanísimo, David; que una prefiere maquillarse y la otra no tanto; que han luchado hombro a hombro para sacar una familia adelante; que se aman incondicionalmente y que como cualquier pareja que lleva unida tantos años, cuidándose en la salud y en la enfermedad, tienen derecho a querer y creer que pueden legalizar su unión bajo la figura del matrimonio civil, como lo hicieron mis papás hace tantos años, sin que nadie que ni siquiera sabe cuál es el color de ojos de cada una de ellas, intente impedirlo.

Mis padres están envejeciendo…  juntos pero no revueltos tras su ruptura definitiva en 1995. Se cuidan, se pelean, se llaman, se regañan. Un día asumieron que no se entendían como pareja. Y aunque en un matrimonio siempre existe por lo menos el 50% de posibilidad de que eso suceda, ellos en su momento le apostaron y nadie incluso cercano a ellos dijo nada.

Posiblemente Marcela y Adriana envejezcan juntas y revueltas. Y aunque el porcentaje de probabilidad de que todo funcione (o no) sigue siendo el mismo 50%, tienen todo el derecho a que nadie, mucho menos alguien a quien ellas no conocen y que no sabe ni el color favorito de cada una, ni si alguna padece alguna alergia, ni cuál es el color de los ojos de ambas, se meta.

Sea como sea esto sigue… y las cosas no se detienen sino hasta el final… y el final no ha llegado.

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